inventid/pedeffy

View on GitHub
example/quixote/index.js

Summary

Maintainability
A
0 mins
Test Coverage
import React from 'react';
import {Document, Image, Page, StyleSheet, Text, Font} from '../../src/index';

Font.register(
    {
        family: 'Oswald',
        src: 'https://fonts.gstatic.com/s/oswald/v13/Y_TKV6o8WovbUd3m_X9aAA.ttf',
    },
);

const styles = StyleSheet.create({
    body: {
        paddingTop: 35,
        paddingBottom: 65,
        paddingHorizontal: 35,
    },
    title: {
        fontSize: 24,
        textAlign: 'center',
        fontFamily: 'Oswald',
    },
    author: {
        fontSize: 12,
        textAlign: 'center',
        marginBottom: 40,
    },
    subtitle: {
        fontSize: 18,
        margin: 12,
        fontFamily: 'Oswald',
    },
    text: {
        margin: 12,
        fontSize: 14,
        textAlign: 'justify',
        fontFamily: 'Times-Roman',
    },
    image: {
        marginVertical: 15,
        marginHorizontal: 100,
    },
    header: {
        fontSize: 12,
        marginBottom: 20,
        textAlign: 'center',
        color: 'grey',
    },
    pageNumber: {
        position: 'absolute',
        fontSize: 12,
        bottom: 30,
        left: 0,
        right: 0,
        textAlign: 'center',
        color: 'grey',
    },
});

const Quixote = () => (
    <Document>
        <Page style={styles.body}>
            <Text style={styles.header} fixed>
            ~ Created with react-pdf ~


   </Text>
            <Text style={styles.title}>Don Quijote de la Mancha</Text>
            <Text style={styles.author}>Miguel de Cervantes</Text>
            <Image
                style={styles.image}
                src="https://react-pdf.org/static/images/quijote1.jpg"
            />
            <Text style={styles.subtitle}>
            Capítulo I: Que trata de la condición y ejercicio del famoso hidalgo D.
            Quijote de la Mancha


            
</Text>
            <Text style={styles.text}>
            En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha
            mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga
            antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que
            carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados,
            lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos,
            consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo
            de velarte, calzas de velludo para las fiestas con sus pantuflos de lo
            mismo, los días de entre semana se honraba con su vellori de lo más
            fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina
            que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así
            ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro
            hidalgo con los cincuenta años, era de complexión recia, seco de carnes,
            enjuto de rostro; gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que
            tenía el sobrenombre de Quijada o Quesada (que en esto hay alguna
            diferencia en los autores que deste caso escriben), aunque por
            conjeturas verosímiles se deja entender que se llama Quijana; pero esto
            importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración dél no se salga
            un punto de la verdad


            </Text>
            <Text style={styles.text}>
            Es, pues, de saber, que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba
            ocioso (que eran los más del año) se daba a leer libros de caballerías
            con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de
            la caza, y aun la administración de su hacienda; y llegó a tanto su
            curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de
            sembradura, para comprar libros de caballerías en que leer; y así llevó
            a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y de todos ningunos le
            parecían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva:
            porque la claridad de su prosa, y aquellas intrincadas razones suyas, le
            parecían de perlas; y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y
            cartas de desafío, donde en muchas partes hallaba escrito: la razón de
            la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece,
            que con razón me quejo de la vuestra fermosura, y también cuando leía:
            los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas
            se fortifican, y os hacen merecedora del merecimiento que merece la
            vuestra grandeza.


            </Text>
            <Text style={styles.text}>
            Con estas y semejantes razones perdía el pobre caballero el juicio, y
            desvelábase por entenderlas, y desentrañarles el sentido, que no se lo
            sacara, ni las entendiera el mismo Aristóteles, si resucitara para sólo
            ello. No estaba muy bien con las heridas que don Belianis daba y
            recibía, porque se imaginaba que por grandes maestros que le hubiesen
            curado, no dejaría de tener el rostro y todo el cuerpo lleno de
            cicatrices y señales; pero con todo alababa en su autor aquel acabar su
            libro con la promesa de aquella inacabable aventura, y muchas veces le
            vino deseo de tomar la pluma, y darle fin al pie de la letra como allí
            se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello, si
            otros mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran. Tuvo muchas
            veces competencia con el cura de su lugar (que era hombre docto graduado
            en Sigüenza), sobre cuál había sido mejor caballero, Palmerín de
            Inglaterra o Amadís de Gaula; mas maese Nicolás, barbero del mismo
            pueblo, decía que ninguno llegaba al caballero del Febo, y que si alguno
            se le podía comparar, era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, porque
            tenía muy acomodada condición para todo; que no era caballero
            melindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no
            le iba en zaga.


   </Text>
            <Text style={styles.text}>
            En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las
            noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio, y así,
            del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que
            vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía
            en los libros, así de encantamientos, como de pendencias, batallas,
            desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates
            imposibles, y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad
            toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para
            él no había otra historia más cierta en el mundo.


            </Text>
            <Text style={styles.subtitle} break>
            Capítulo II: Que trata de la primera salida que de su tierra hizo el
            ingenioso Don Quijote


            </Text>
            <Image
                style={styles.image}
                src="https://react-pdf.org/static/images/quijote2.png"
            />
            <Text style={styles.text}>
            Hechas, pues, estas prevenciones, no quiso aguardar más tiempo a poner
            en efeto su pensamiento, apretándole a ello la falta que él pensaba que
            hacía en el mundo su tardanza, según eran los agravios que pensaba
            deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que emendar y abusos que
            mejorar y deudas que satisfacer. Y así, sin dar parte a persona alguna
            de su intención y sin que nadie le viese, una mañana, antes del día, que
            era uno de los calurosos del mes de Julio, se armó de todas sus armas,
            subió sobre Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó su
            adarga, tomó su lanza y por la puerta falsa de un corral salió al campo
            con grandísimo contento y alborozo de ver con cuánta facilidad había
            dado principio a su buen deseo. Mas apenas se vio en el campo cuando le
            asaltó un pensamiento terrible, y tal, que por poco le hiciera dejar la
            comenzada empresa; y fue que le vino a la memoria que no era armado
            caballero, y que, conforme a ley de caballería, ni podía ni debía tomar
            armas con ningún caballero; y puesto que lo fuera, había de llevar armas
            blancas, como novel caballero, sin empresa en el escudo, hasta que por
            su esfuerzo la ganase. Estos pensamientos le hicieron titubear en su
            propósito; mas pudiendo más su locura que otra razón alguna, propuso de
            hacerse armar caballero del primero que topase, a imitación de otros
            muchos que así lo hicieron, según él había leído en los libros que tal
            le tenían. En lo de las armas blancas, pensaba limpiarlas de manera, en
            teniendo lugar, que lo fuesen más que un arminio; y con esto se quietó18
            y prosiguió su camino, sin llevar otro que aquel que su caballo quería,
            creyendo que en aquello consistía la fuerza de las aventuras


            
</Text>
            <Text style={styles.text}>
            Yendo, pues, caminando nuestro flamante aventurero, iba hablando consigo
            mesmo, y diciendo: —¿Quién duda, sino que en los venideros tiempos,
            cuando salga a luz la verdadera historia de mis famosos hechos, que el
            sabio que los escribiere no ponga, cuando llegue a contar esta mi
            primera salida tan de mañana, desta manera?: Apenas había el rubicundo
            Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas
            hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequeños y pintados
            pajarillos con sus arpadas lenguas habían saludado con dulce y meliflua
            armonía la venida de la rosada Aurora, que, dejando la blanda cama del
            celoso marido, por las puertas y balcones del manchego horizonte a los
            mortales se mostraba, cuando el famoso caballero don Quijote de la
            Mancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre su famoso caballo
            Rocinante y comenzó a caminar por el antiguo y conocido Campo de
            Montiel.


   </Text>
            <Text style={styles.text}>
            Y era la verdad que por él caminaba; y añadió diciendo: —Dichosa edad y
            siglo dichoso aquel adonde saldrán a luz las famosas hazañas mías,
            dignas de entallarse en bronces, esculpirse en mármoles y pintarse en
            tablas, para memoria en lo futuro. ¡Oh tú, sabio encantador, quienquiera
            que seas, a quien ha de tocar el ser coronista desta peregrina historia!
            Ruégote que no te olvides de mi buen Rocinante, compañero eterno mío en
            todos mis caminos y carreras.


            
</Text>
            <Text style={styles.text}>
            Luego volvía diciendo, como si verdaderamente fuera enamorado: —¡Oh
            princesa Dulcinea, señora deste cautivo corazón! Mucho agravio me
            habedes fecho en despedirme y reprocharme con el riguroso afincamiento
            de mandarme no parecer ante la vuestra fermosura. Plégaos, señora, de
            membraros deste vuestro sujeto corazón, que tantas cuitas por vuestro
            amor padece. Con estos iba ensartando otros disparates, todos al modo de
            los que sus libros le habían enseñado, imitando en cuanto podía su
            lenguaje. Con esto caminaba tan despacio, y el sol entraba tan apriesa y
            con tanto ardor, que fuera bastante a derretirle los sesos, si algunos
            tuviera


            </Text>
            <Text style={styles.text}>
            Casi todo aquel día caminó sin acontecerle cosa que de contar fuese, de
            lo cual se desesperaba, porque quisiera topar luego luego con quien
            hacer experiencia del valor de su fuerte brazo. Autores hay que dicen
            que la primera aventura que le avino fue la del Puerto Lápice, otros
            dicen que la de los molinos de viento; pero lo que yo he podido
            averiguar en este caso, y lo que he hallado escrito en los anales de la
            Mancha, es que él anduvo todo aquel día, y, al anochecer, su rocín y él
            se hallaron cansados y muertos de hambre, y que, mirando a todas partes
            por ver si descubriría algún castillo o alguna majada de pastores donde
            recogerse y adonde pudiese remediar su mucha hambre y necesidad, vio, no
            lejos del camino por donde iba, una venta,que fue como si viera una
            estrella que, no a los portales, sino a los alcázares de su redención le
            encaminaba. Diose priesa a caminar, y llegó a ella a tiempo que
            anochecía.


            
</Text>
            <Text
                style={styles.pageNumber}
                render={({ pageNumber, totalPages }) => (
                    `${pageNumber} / ${totalPages}`
                )}
                fixed
            />
        </Page>
    </Document>
);

export default Quixote;